Continúo con la publicación de los capítulos 8 a 12 de mi libro "El Señor de los dos libros" 2ª edición. Uno a uno iré publicando las biografías de cientos de científicos creyentes de todas las épocas.
Luego de los matemáticos, sigo con los físicos, aunque la mayoría también fueron matemáticos:
Físico creyente nº 1 (científico nº 21)
1. Blaise
Pascal (o también Blas)
(1623-1662)
Un verdadero sabio. Fue un
matemático, físico, filósofo y teólogo francés. Uno de mis favoritos. Él fue un
hombre de fe toda su corta pero fructífera vida (39 años y 2 meses); pero luego
de un accidente del cual salió milagrosamente salvo y una posterior visión una
semana después, sus convicciones cristianas fueron multiplicadas. Se lo
considera uno de los padres de la computación; precursor de la calculadora con
su pascalina (en 1645, que funcionaba a base de ruedas y engranajes), hizo
grandes aportes a la matemática, como perfeccionar el “método de inducción
completa” para demostrar propiedades de los números naturales, descubrir el
“teorema de Pascal” en geometría proyectiva, desarrollar la teoría de la
probabilidad y la estadística, etc. Inventó la prensa hidráulica y la jeringa,
aportó principios fundamentales al estudio de los fluidos, etc. ¡Todo antes de
cumplir los veinticuatro años!
Se le ha dado su nombre a
la unidad de medida de la presión en el Sistema Internacional de Unidades, el
pascal (escuchamos en las noticias cuántos “hectopascales” hay de presión
atmosférica, hecto=cien), al “Principio de Pascal” (sobre cómo se transmite
la presión en los fluidos), al “triángulo de Pascal” (un conjunto de números
naturales ordenados en forma triangular bajo determinadas reglas y que aporta aplicaciones
algebraicas), un lenguaje de programación (de alto nivel y con un gran número de aplicaciones para enseñar la
programación con un método disciplinado y sistemático) y a la “apuesta de
Pascal”.
Ésta
última, expresada en el Artículo II de sus Pensamientos, titulado “De cómo es
más ventajoso creer lo que enseña la religión cristiana”, se la plantea en
términos de probabilidades y de principios lógicos y la resumo así: con
respecto a la existencia hay dos posibilidades: o Dios existe o no existe. Con
respecto a la creencia también: o creemos en Dios, o no lo hacemos. Tenemos
cuatro combinaciones:
ü Si Dios no existe, y
apostamos a creer que sí existe, entonces (si no hay vida después de ésta o
recompensa eterna) no perdemos nada.
ü Si Dios no existe, y apostamos
a creer que no existe, entonces, aunque “ganemos” la apuesta, al final de la
vida no ganamos nada porque ni nos enteramos.
ü Si Dios existe y nosotros
apostamos (por incredulidad) a que no existe, entonces lo perdemos todo y
viviremos una eternidad separados de Dios.
ü Si Dios existe, y
apostamos a que así es, estamos ganando la vida eterna y la felicidad.
Por supuesto, Pascal tenía la convicción absoluta que da Dios de
que Él existe (Fe es, según la Biblia: “certeza de lo que se espera, convicción
de que algo que Dios promete se cumplirá”); planteaba esta apuesta para hacer
pensar a los que no creían.
En “Vida de Pascal”[1], una biografía escrita
por su hermana Gilberte Pascal, nos enteramos que Pascal perdió a su madre a la
edad de tres años y que su padre, al reconocer la inteligencia precoz de su
hijo, se ocupó personalmente de su educación, de tal forma que Blaise nunca fue
a ningún colegio ni tuvo otro maestro. Durante sus primeros doce años su padre
no quiso enseñarle matemáticas para que se ocupe de estudiar las letras, así
que el joven Pascal, intrigado preguntó qué era aquella ciencia que su padre
había prometido enseñarle luego de completar sus estudios de latín y griego, a
lo que el padre le dijo que era un medio para construir figuras exactas y para
encontrar las proporciones que tenían entre sí, prohibiéndole hablar y pensar
de ella hasta su debido tiempo. Sin embargo, en sus horas de recreo comenzó a
dibujar con carbón sobre el piso figuras que él imaginó y nombró, ya que no
conocía nada al respecto. Pronto elaboró definiciones, axiomas y
demostraciones. Grande fue la sorpresa de su padre cuando un día lo descubre
enfrascado en lo que es la trigésimo segunda proposición del primer libro de
Euclides, cosa que por supuesto Blaise no conocía de antemano. Esto motivo al
padre a entregarle el libro “Elementos de Euclides”, el cual lo leyó y entendió
sin necesidad de ninguna explicación. Cuatro años más tarde escribió un Tratado
de las Cónicas, una obra que maravilló a los sabios de la época.
En dicha biografía
Gilberte Pascal cuenta que la
salud de su hermano fue muy precaria desde los dieciocho años hasta su muerte y
que a partir de los veinticuatro años ya no trabajó más en la “ciencia del
hombre”, para dedicarse por el resto de sus días a Dios; lo dice así: “…cuando
aún no contaba veinticuatro años, creó la providencia divina una ocasión para
que se viera obligado a leer textos piadosos, y mediante aquella lectura Dios
le esclareció de tal manera que él comprendió perfectamente que la religión
cristiana nos compromete a no vivir sino para Dios y a no tener más meta que la
suya; y tan evidente, necesaria y útil le pareció esta verdad, que puso término
a todas sus investigaciones, de manera que desde entonces renunció a los demás
conocimientos, para dedicarse únicamente a lo único que Jesucristo considera
necesario”. A partir de los treinta años “Empleaba todo su tiempo en la oración
y en la lectura de la Sagrada Escritura, que le proporcionaba un placer
increíble”, afirma Gilberte, añadiendo que “se había entregado a ella tan intensamente
que se la conocía de memoria”. Desde los treinta y cinco años en adelante ya no
pudo seguir trabajando debido a la profundización de su enfermedad.
Veinticuatro horas antes de morir, ya moribundo, tomó la comunión, recibió la
extremaunción y dijo sus últimas palabras, ¡Que
Dios no me abandone nunca!
Entre
muchas otras cosas referidas a la fe, Pascal dijo en
“Pensamientos”, en el Artículo IX llamado “De Jesucristo”[2]:
«Jesucristo es un Dios a quien uno se acerca
sin orgullo, y bajo el cual uno se humilla sin desesperación»
En el mismo Artículo dice:
“Los dos testamentos
se refieren a Jesucristo, el antiguo como en espera, el Nuevo como en modelo,
los dos como su centro”
Su obra principal, Pensamientos, aunque
inconclusa, es considerada uno de los grandes monumentos de la literatura
francesa. En ella hace una profunda apología o defensa de la fe cristiana.
Por último, un párrafo de sus
Pensamientos que derriba el deísmo (Dios existe y creó el universo físico, pero
no interfiere con él) y el ateísmo (Dios no existe):
“El conocimiento de Dios sin el de nuestra miseria provoca a orgullo. El
conocimiento de nuestra miseria sin el de Jesucristo provoca a la
desesperación. Pero el conocimiento de Jesucristo nos salva del orgullo y de la
desesperación, porque en él encontramos a la vez a Dios, a nuestra miseria, y
el camino de repararla.
Nosotros
podemos conocer a Dios sin conocer nuestras miserias, y nuestras miserias sin
conocer a Dios; y hasta conocer a Dios y nuestras miserias, sin conocer el
medio de salvarnos de las miserias que nos abruman. Pero no podemos conocer a
Jesucristo sin conocer a la vez a Dios y a nuestras miserias, y el remedio de
nuestras miserias, porque Jesucristo no es sólo Dios, sino el Dios reparador de
nuestras miserias.
Así
todos los que buscan a Dios fuera de Jesucristo y que se detienen en la
Naturaleza, o no encuentran ninguna luz que les satisfaga, o bien llegan a
formarse un medio de conocer a Dios, y de servirle, sin mediador, con lo cual
caen en el deísmo o en el ateísmo, que son dos cosas que la religión cristiana
aborrece casi igualmente.
Debe,
pues, tenderse únicamente a conocer a Jesucristo, puesto que él solo puede
permitirnos conocer a Dios de una manera que nos sea útil.
Es él el
verdadero Dios de los hombres, es decir, de los miserables y pecadores. Él es
el centro y el objeto de todo; y quien no le conoce, no conoce nada en el orden
del mundo, ni en sí mismo. Porque, no solamente no conocemos a Dios sino a
través de Jesucristo, pero tampoco nos conocemos a nosotros mismos sino a
través de Jesucristo.
Sin
Jesucristo el hombre está necesariamente en el vicio y en la miseria; con
Jesucristo, el hombre está exento de vicio y miseria. En él residen todas
nuestras virtudes y toda nuestra felicidad. Fuera de él no hay más que vicio,
miseria, tinieblas, desesperación, y no vemos más que oscuridad y confusión, en
la naturaleza de Dios y en nuestra propia naturaleza”[3]
No podemos finalizar con Pascal sin
hablar del “Memorial”. El lunes 23 de noviembre de 1654, cuando Pascal tenía
treinta y un años tuvo una experiencia que sólo se conoció después de su muerte
al hallársele un fragmento de papel cocido dentro de su chaqueta cuidadosamente
escrito. Se cuenta que tuvo un accidente del que salió ileso milagrosamente y
dos semanas más tarde tuvo una visión de dos horas; al terminar escribió el
Memorial que decía aproximadamente:
Año
de gracia de 1654, lunes, 23 de noviembre…; desde alrededor de las diez y media
de la noche hasta las doce y media.
FUEGO. El Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el
Dios de Jacob, no el dios de los sabios y filósofos. Certeza, certeza.
Sentimiento. Alegría. Paz. Dios de Jesucristo. Mi Dios y su Dios. Su Dios será
mi Dios. Olvido del mundo y de todo, excepto de Dios. Él sólo es encontrado por
los caminos enseñados en el Evangelio. Esplendor del alma humana. Padre justo a
quien el mundo no ha conocido, pero yo sí que te he conocido. Alegría, alegría,
alegría, lágrimas de alegría. … Dios mío, ¿me abandonarás? Que no me aparte de
Él jamás. Ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios
verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo. Jesucristo. Jesucristo. Yo me he separado de Él; he huido de Él; le he
negado y crucificado. Que no me aparte de Él jamás. Él está únicamente en los
caminos que se nos enseñan en el Evangelio: abnegación interior; renuncia
total, completa… Una alegría eterna en comparación de un día de sufrimiento en
la tierra. No olvido tus palabras. Amén»[4]
[1] Véase “Vida de Pascal”, por
Gilberte Pascal, págs. 29-70, incluída en “Blaise Pascal, Pensamientos”,
Editorial Losada S. A., 2003.
[2] Pascal, Blaise, Pensamientos, Traducción de D’Ors,
Eugenio, Artículo IX, punto IV, pág. 147, Editorial Losada S. A., Buenos Aires,
2003.
[3] Ídem anterior, Artículo XIV, punto VII, pág. 183-184.
También disponible en internet del libro Pensamientos de Pascal sobre la religión,
págs. 136-137, traducido al español por Don Andrés Boggiero, Oficial del
Regimiento de Infantería de la Princesa, Edición Viuda de Blas Miedes,
Zaragoza, 1790, p. 319. Ver:
[4] Véase, por ejemplo (cita en
francés, artículo en inglés): Calin Mihailescu, Corpus Epochalis. Mysticism, Body, History, http://www.pum.umontreal.ca/revues/surfaces/vol1/mihaile.html
consultado el 29/06/2016 o citado en español por Gerhard Lohfink en el capítulo
“La muerte no es la última palabra” ,
págs. 11-54, del libro “Pascua y el
hombre nuevo” de G. Lohfink, A.
Vögtle, R. Schnackenburg, W. Pannenberg,
Colección Alcance, N° 29, Editorial Sal Terrae, España, 1983; véase: http://mercaba.org/FICHAS/ESCATO/la_muerte_no_es_la_ultima_palabr.htm
consultado el 29/06/2016.
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