Continúo con la publicación de los capítulos 8 a 12 de mi libro "El Señor de los dos libros" 2ª edición. Uno a uno iré publicando las biografías de cientos de científicos creyentes de todas las épocas.
Matemático
creyente nº 11
11. Charles
Babbage (1791-1871)
Matemático,
ingeniero, filósofo, escritor y científico de la computación inglés, llamado el
padre de la computación. Ocupó el
famoso cargo de Profesor Lucasiano de Matemáticas en Cambridge[1] entre
1828 y 1839. Miembro, entre otras organizaciones, de la Royal Society,
de la Astronomical Society y de la Statistical Society.
Retomando los esbozos de Kepler,
Pascal y Leibniz, diseñó las primeras máquinas calculadoras: la máquina
diferencial (para tabular funciones polinómicas, tablas matemáticas y
astronómicas) y la máquina analítica (para cálculos matemáticos de todo tipo,
un prototipo de computadora moderna). No se llegaron a concretar debido a que
aún no estaba desarrollada la tecnología suficiente. Un siglo después, en base
a sus diseños, se crearían las primeras computadoras.
Se
le recuerda por la frase escrita en Passages[2]: En dos ocasiones me han preguntado, "le
ruego, Sr. Babbage", si pones en la máquina cifras equivocadas, ¿saldrán
las "respuestas correctas"? ... No soy capaz de aprehender
acertadamente el tipo de confusión de ideas que podría provocar semejante
pregunta.
On
two occasions I have been asked,-"pray, Mr. Babbage", if you put into
the machine wrong figures, will the right "answers come out?" ... I
am not able rightly to apprehend the kind of confusion of ideas that could such
a question.
Se
lo considera el inventor o precursor del tacómetro (velocímetro) y del Oftalmoscopio
(instrumento para ver el fondo del ojo), pero también de la impresora, que era
parte de las máquinas nombradas anteriormente.
Realizó
importantes aportes al análisis matemático. Publicó[3] una tabla de logaritmos, libros
sobre series infinitas, sobre mecánica y economía, y sobre diferentes asuntos
científicos y filosóficos.
Los
The Bridgewater treatises on the power,
wisdom and goodness of God, as manifested in the Creation. (Los tratados de
Bridgewater sobre el poder, la sabiduría y la bondad de Dios, tal como se
manifiestan en la Creación) son una serie de ocho tratados de teología natural
escritos por varios autores por encargo del reverendo Francis Henry, Conde de
Bridgewater. El octavo y último fue escrito por el físico, químico y teólogo William
Prout en 1836. Charles Babbage, por su propia cuenta, decidió escribir en 1837
el noveno tratado: The ninth Bridgewater Treatise[4].
En
él trata acerca de la anaturaleza de los milagros y la profecía, refutando
entre otras cosas la posición filosófica[5]
de David Hume quien consideraba los milagros como imposibles. Hume afirmaba que
era improbable que un conjunto de testimonios humanos, por más numeroso que
sea, podía superar la improbabilidad de los milagros por ellos relatados,
certificada por la experiencia del curso de la naturaleza. Babbage, por medio
de un análisis de probabilidades matemáticas demuestra que esto es erróneo, evidenciando
que es mayor la improbabilidad de la falsedad de tantos testimonios que la
improbabilidad de los milagros.
En
la conclusión hace suyas las palabras del Arzobispo de Dublin[6]:
“Cualquier teoría sobre cualquier tema,
que sea realmente sana, nunca puede ser enemiga de una religión fundada en la
verdad”
Any theory on whatever subject, that is really
sound, can never be inimical to a religion founded on truth.
En su libro Passages escribe un
capítulo sobre religión. Allí comienza diciendo[7]:
Hay tres
fuentes de las que se afirma que el hombre puede llegar al conocimiento de la
existencia de una Deidad.
1.
La prueba a priori o metafísica. Tal es la del Dr. Samuel Clarke.
2.
De la Revelación.
3.
Del examen de las obras del Creador.
There
are three sources from which it is stated that man can arrive at the knowledge
of the existence of a Deity.
1.
The à priori or metaphysical proof. Such is that of Dr. Samuel Clarke.
2.
From Revelation.
3.
From the examination of the works of the Creator.
Después de hacer un análisis de las
dos primeras, escribe:
“Sigue
habiendo una tercera fuente de la cual llegamos al conocimiento de la
existencia de un Creador supremo, a saber, de un examen de sus obras. A
diferencia del testimonio transmitido, que se debilita en cada etapa, La
confirmación de esta evidencia deriva del progreso del individuo, así como del
avance del conocimiento de la raza.
Casi
todos los hombres pensantes que han estudiado las leyes que gobiernan el mundo
animado y el inanimado que nos rodea, coinciden en que la creencia en la
existencia de un Creador Supremo, poseído de infinita sabiduría y poder, está
abierta a muchas menos dificultades que la suposición de la ausencia de cualquier
causa o de la existencia de una pluralidad de causas.
En
las obras del Creador siempre abierto a nuestro examen, poseemos una base firme
sobre la cual elevar la superestructura de un credo iluminado. Cuanto más el
hombre indaga en las leyes que regulan el universo material, más convencido
está de que todas sus variadas formas surgen de la acción de unos pocos
principios simples. Estos mismos principios convergen, con fuerza creciente,
hacia una ley aún más amplia a la que parece estar sometida toda la materia.
Tan simple como puede ser esa ley, debe recordarse que es sólo una entre un
número infinito de leyes simples: que cada una de estas leyes tiene
consecuencias al menos tan extensas como las existentes, y por lo tanto que el
Creador que seleccionó la presente ley debe haber previsto las consecuencias de
todas las demás leyes.
Las
obras del Creador, siempre presentes a nuestros sentidos, dan un testimonio
vivo y perpetuo de su poder y bondad superando con creces cualquier evidencia
transmitida a través del testimonio humano. El testimonio del hombre se vuelve
más débil en cada etapa de la transmisión, mientras que cada nueva
investigación de las obras del Todopoderoso nos da una visión más exaltada de
su sabiduría, su bondad y su poder”
There remains a
third source from which we arrive at the knowledge of the existence of a
supreme Creator, namely, from an examination of his works. Unlike transmitted
testimony, which is weakened at every stage, this evidence derives confirmation
from the progress of the individual as well as from the advancement of the
knowledge of the race.
Almost all thinking
men who have studied the laws which govern the animate and the inanimate world
around us, agree that the belief in the existence of one Supreme Creator, possessed
of infinite wisdom and power, is open to far less difficulties than the
supposition of the absence of any cause, or of the existence of a plurality of
causes.
In the works of the
Creator ever open to our examination, we possess a firm basis on which to raise
the superstructure of an enlightened creed. The more man inquires into the laws
which regulate the material universe, the more he is convinced that all its
varied forms arise from the action of a few simple principles. These principles
themselves converge, with accelerating force, towards some still more
comprehensive law to which all matter seems to be submitted. Simple as that law
may possibly be, it must be remembered that it is only one amongst an infinite
number of simple laws: that each of these laws has consequences at least as
extensive as the existing one, and therefore that the Creator who selected the
present law must have foreseen the consequences of all other laws.
The works of the
Creator, ever present to our senses, give a living and perpetual testimony of
his power and goodness far surpassing any evidence transmitted through human
testimony. The testimony of man becomes fainter at every stage of transmission,
whilst each new inquiry into the works of the Almighty gives to us more exalted
views of his wisdom, his goodness, and his power.
[1] El título de
profesor Lucasiano de matemáticas se estableció en honor al fundador de la
cátedra, el reverendo Henry Lucas (1610-1663), miembro del Parlamento de
Inglaterra en representación de la Universidad de Cambridge. Dicho honor lo
tuvieron Isaac Barrow (período 1663-1669), Isaac Newton (1669-1702), Charles
Babbage (1828-1839), George Stokes (1849-1903), Paul Dirac (1932-1969) y
Stephen Hawking (1979-2009), entre otros.
[2] Babbage, Charles.
(1864). Passages from the life of a
philosopher (Pasajes de la vida de un filósofo), Longman, Green, Longman,
Roberts, y Green. Londres. Pág. 67. Ver: https://archive.org/details/passagesfromlife03char,
chequeado el 14/09/2017
[3] Algunos ejemplos:
a)
Babbage, Charles. (1824). On the
Determination of the General Term of a new Class on infinite Series. J.
Smith (impresor de la Universidad). Cambridge.
b) Babbage,
Charles. (1827). Table of Logarithms of
the Natural Numbers, from 1 to 108000. Edit. J. Mawman. Londres.
c)
Babbage, Charles. (1831) On the Economy
of Machinery and Manufactures. Impreso por Charles Knight. Oxford. Versión
en español: Diez Imbrechs, José (Trad.) (1833) Tratado de mecánica práctica y de economía política. Martinez y
Cia.
[4] Babbage, Charles.
(1837). The ninth Bridgewater Treatise
(El noveno tratado Bridgewater). Edit. John Murray. Londres. Ver: https://archive.org/details/ninthbridgewatai00babb,
chequeado el 14/09/2017
[5] Ibídem. Cap. X: On Hume's Argument against Miracles (Sobre
el argumento de Hume contra los milagros). Pág. 118
[6] Ibídem. Conclusion. Pág. 159
[7] Ver nota al pie nº
2. Passages. Págs. 396 y 402
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